Es septiembre, y la memoria se despierta para reunir el tiempo pasado con el momento presente. En esta iniciativa son niñas y niños que toman como palabra su escritura para dirigirse a sus abuelas o abuelos. Es una complicidad muy especial del afecto que une a estas generaciones. Porque se trata de cartas que van dirigidas a personas cuyos nombres figuran en una lista dramática: son ejecutados políticos o son detenidos desaparecidos en los años de la dictadura del terror en Chile. Cuando se entra al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos es posible, subiendo al segundo piso, encontrar las fotografías de sus rostros, entre tantos y tantos otros, mujeres y hombres, que nos hablan de una ausencia trágica: ¿dónde están?, y de una pregunta abierta por la verdad y la justicia. Pero también sus miradas nos siguen hablando de la utopía que entonces animaba sus sueños colectivos de país y las esperanzas de futuro para sus familias.
Entonces estas niñas y niños se disponen a escribirles, para contarles de cómo los recuerdan, y de cómo siguen presentes en su memoria. Pero de alguna manera quieren sorprenderles. Porque saben que el arte borra las distancias, y que la cultura tiene la magia de llenar de vida la ausencia, tienen a su lado a las y los actores del Teatro La Memoria. Sus misivas serán leídas de un modo que aquello tan íntimo y tan personal se abre como el testimonio de una memoria compartida.
Entonces, este epistolario, así escrito en papel y así transcrito en voz, nos permiten recordar que el derecho a la memoria es un derecho humano.